"La meticulosidad conduce a menudo a la tiranía" (Rudolf Allers)



jueves, 6 de enero de 2011

GARRAPATA

Leía un libro tranquilamente en la terraza cuando me he dado cuenta de que mi perro lleva una media hora lamiéndome con insistencia la pierna izquierda. En algunos momentos había notado que algo me picaba, así que con la otra pierna me he estado rascado hasta hacerme sangre.

No podía seguir leyendo en esas condiciones, así que he dejado el libro sobre la mesita en la que habitualmente reposo mi cerveza y donde se tuesta un geranio, y le he echado un vistazo a la pierna. La he visto más peluda que de costumbre. Entre el pelo he tratado de ver la herida, pero para mi sorpresa me he encontrado esa fabulosa y oronda garrapata.

En tanto, mi perro se ha quedado sentado, mirándome, como esperando a ver qué era capaz de hacer o como si de pronto le gustaran mis movimientos. Era la curiosidad con la que se suele admirar algo, aunque tratándose de un perro, bien podría estar esperando que me quitara la garrapata para que le llevara cuanto antes a la calle a jugar. Porque aunque todo el mundo piense que los amos sacamos a pasear a los perros, más bien es al contrario.

Un vez vi en un programa de la tele que lo mejor para quitar una garrapata era quemarla, pero no me la he querido jugar, no vaya a ser que me queme la pierna entera, como se queman las alfombras de polen en los parques.

Luego he pensado que quizás filtrando la luz por el culo del vaso de la cerveza conseguía hacer el mismo efecto, pero al darme la vuelta para apurarla, me he encontrado a mi perro sentado en la tumbona de al lado, metiendo su lenguaza en el vaso y emitiendo después un sonoro eructo, como el que me apetece soltar a mi veces y que no lanzo por no parecer más un animal que un hombre.

Mientras, la garrapata seguía ahí, chupándome la sangre y produciéndome un horrible picor. ¿Qué podía hacer?. A veces la soluciones más complicadas resultan ser las más fáciles, así que he aplicado sobre la garrapata un poco de insecticida del que utilizo para los pulgones de los geranios y se ha soltado automáticamente.

Con la garrapata en la mano, me he quedado mirándola, tan fabulosa y oronda, y en cuanto he visto al perro se le he tirado encima. Sé que le ha prendido fuerte, porque en seguida se ha empezado a rascar. Luego he sacado otra cerveza de la nevera, he mirado como se rascaba mi perro, porque me admira su elasticidad, he retomado el libro y he seguido con mi lectura con cada cosa en su sitio.