"La meticulosidad conduce a menudo a la tiranía" (Rudolf Allers)



martes, 16 de marzo de 2010

EN LA CALLE SIEMPRE ES INVIERNO

P tiene tics cuando duerme. A veces aprieta muy fuerte las cejas, pero no es que esté pensando en algo complicado o mirando a lo lejos. Otras veces levanta el labio superior con cara de pelea. También sufre espasmos en las extremidades, que se le contraen o estiran en movimientos rápidos y casi violentos.

H, sin embargo, duerme rígido y siempre en la misma postura, boca arriba, con los brazos reposando sobre la tripa. Sólo mueve ligeramente el pecho a cada respiración, que es profunda y muy rítmica. Pero no ronca, quizás para no hacer ruido.

Cada noche repiten este extraño baile y siempre en un lugar diferente. Sus cadencias, sus olores, sus ropas. Siempre juntos desde hace años y sin que ninguno de los dos acierte a saber por qué. Son los extremos de un extraño vínculo, invisible, que nadie podría determinar. ¿De qué se trata?. Nadie lo sabe, ni ellos mismos. Lo cierto es que desde que se conocieron no se hablan.

No se trata de amistad o de parentesco, es más bien una forma de simetría que sale de lo físico y se pierde más allá. Tal vez es que hay espejos que reflejan por ambas caras y además son transparentes.

Hubo un tiempo en que no se conocían y eran verdaderamente dueños de su individualidad. H estaba harto de tener que estar a la altura. Dejémoslo ahí. Así que un día dio un portazo y se fue. A P se lo dieron en la nariz y se tuvo que ir. Luego se vieron los dos juntos buscándose la vida para no perderla y, al mismo tiempo, jugándosela.

Pero ni siquiera en ese juego por dormir otra noche se necesitan. Es cierto que P se encarga de encontrar la comida. Es certero, sabe donde encontrar el mejor alimento sin perder el tiempo vaciando cubos y cubos de basura. Eso ahorra tiempo y minimiza los riesgos de ser oídos o vistos. Sí, es muy bueno, pero H también es capaz de hacerlo. Ya lo hacía antes.

H tiene un sexto sentido para encontrar lugares seguros donde pasar la noche o sólo el tiempo. También para encontrar aislantes con los que cubrirse, porque en la calle siempre es invierno. Es como una araña. Sabe cuáles son los mejores rincones, ajenos al tráfico, techados, silencioso, por los que nadie quisiera pasar, en los que preparar algo de comida sin llamar la atención de los pedigüeños. Pero eso también podría hacerlo P.

Se complementan de tal forma que tampoco podría decirse que exista una jerarquía entre ellos. Así que es posible que pasen muchos años con esa extraña sensación entre los dientes, hasta que uno de los dos desaparezca por una infección en una muela que no le permitirá seguir comiendo, una herida mal curada o una inflamación del hígado. Algo que el otro aceptara como algo normal y hasta lógico, dictado por un instinto, antes de seguir sólo su camino.

Y a su alrededor una ciudad, coches, semáforos, luces, publicidad, latas de conserva llenas y vacías, soles tras las lunas, y pasos, muchos pasos a ras de acera. Un paso tras otro y otro más. Se escuchan a primera hora de la mañana en el callejón que han elegido para pasar la noche. Pasos que no pueden ir a ningún lugar, porque el callejón sólo tiene una salida.

El asfalto está sembrado de periódicos viejos, algunos casi transparentes sumergidos en dos o tres charcos. Barro en torno a los cubos de basura. Murmullo de botas y un tac, tac, tac. Un palo golpea a su paso los cubos. Y en un segundo, un tic y una respiración se cortan de lleno por una oleada de golpes secos, patadas y puñetazos metálicos que caen de todas partes y que anteceden en una milésima de segundo a un lloriqueo agudo de P y a las arcadas vacías de H.

Como tras una ráfaga de viento todo vuelve a estar en silencio. H se sacude los cartones, se incorpora y se sienta con la espalda en la pared y las piernas flexionadas. Escupe un borbotón de sangre y rompe el silencio de años: ¡Hijos de puta!.

A su lado, tumbado, temblando, como si todos los tics le estallaran a la vez, P gime con un silbido profundo que nace de sus pulmones, probablemente encharcados. Quizá es el momento de separarse. P se incorpora con gran esfuerzo y mira a H. Por un instante, un breve lapso, sus miradas se cruzan y dejan ver con claridad ese puente hasta hoy difuso. Tal vez P se siente un poco más humano y H un poco más perro.

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