"La meticulosidad conduce a menudo a la tiranía" (Rudolf Allers)



viernes, 25 de junio de 2010

EL VIOLIN DE SCARLET

Aún no sabe hablar, pero le gusta Hurricane, la canción de Bob Dylan. Mi amigo Luis, su padre, me lo dice orgulloso al otro lado del teléfono mientras nos ponemos al día sobre cómo nos va la vida. Siempre, de una forma u otra, acabamos hablando de música. Esta vez el tema ha surgido cuando le he preguntado por la niña.

Él me ha hablado de 'Huracán' Carter, el boxedor al que está dedicada la canción. Un afroamericano condenado a cadena perpetua por un triple asesinato del que siempre se exculpó y en cuya inocencia Dylan creyó lo suficiente como para componer, sin que sirviera de precedente, una nueva canción protesta pasados los años 70.

Yo le he comentado (siempre lo hago) el regalo que me supone para los oídos el violín que Scarlet Rivera grabó para la posteridad en los surcos de la canción y cómo siempre espero a que Dylan calle la boca para que entren sus notas. Me parece de esos momentos mágicos que tiene la música de los que nunca me canso de hablar.

Nos despedimos y me pongo a escuchar 'Desire', el disco que abre Hurricane, lo pongo de fondo mientras me pego una ducha antes de salir a tomar algo con Íñigo y una banda que ha venido a tocar a Madrid desde Canarias, a la que ha estado ayudando estos días con el sonido.

Mientras ajusto la temperatura del agua me acuerdo que Hurricane era una de las canciones que más ponía en la primera casa que alquilé. El disco era de Pablo, un fanático de Dylan con el que viajé hasta Londres para verle en dos conciertos en 24 horas. En casa había unos cuantos vinilos de Dylan y sonaban especialmente bien en aquel equipo de música. Quizás fuera el salón o que era mi primera casa de alquiler.

He quedado con Íñigo en que iríamos a Malasaña. Me apetece tomar una copa en el Mercurio. Desde que lo han pintado y han puesto una especie de murales con las caras de Janis Joplin, Jimi Hendrix y muchos otros me parece más acogedor.

El 'pincha' se está luciendo y ante mi cara de envidia empieza a desempolvar vinilos de Deep Purple, Credence Clearwater Revival y Pink Floyd. “El vinilo suena diferente”, le digo a Íñigo, que se ríe de mi cuando hago un comentario de esos. Con un ron en la mano nos sentamos en una de las mesas esperando a que lleguen los músicos. Es entonces cuando empieza a sonar Hurricane.

Le interrumpo y le pido que escuche el violín. Ya estoy enchufado y simulo que yo también lo toco, aunque en la vida he tenido uno encima. A él también le gusta, pero sé que no tanto como a mi. Es paciente y me aguanta toda la canción, que es larga y puede que monótona. Cuando acaba ya estoy de vuelta del éxtasis y seguimos hablando.

Íñigo siempre es un buen aliado para hablar de música y enseguida estamos enredados con otra canción, otro disco, otra idea. Pero cuando llegan los músicos todo se multiplica. Son una banda enorme que hace un espectáculo experimental e incluso utilizan un arco de violín para sacar sonidos de una guitarra eléctrica. Hablamos, reímos, nos pisamos las palabras e intercambiamos ideas sobre lo único que se puede hablar en ese momento.

El saxofonista, cuyo nombre desconozco, es un tipo maduro, con un canoso pelo largo, que sostiene que si la música es un lenguaje se puede perfectamente mantener una conversación entre varios instrumentos. Y dice además que puesto que las conversaciones no están previamente escritas, la improvisación es la esencia de la música. Me da qué pensar.

El Mercurio se está llenando y vamos a otra parte. Algunos de ellos están cansados porque llevan días sin parar y mañana tienen que estar temprano en el aeropuerto para facturar todos sus bártulos, que son muchos. Sólo el batería y el encargado de hacer sonidos con una máquina que no entiendo, aunque me lo ha explicado, siguen adelante.

La noche acaba en otro bar de rock por la zona del Conde Duque. Al entrar divisamos un hueco en el que entramos todos y nos repartimos para hacernos con algo de bebida. Me pongo a mirar los cuadros y fotografías de las paredes y rápidamente me topo con una de Bob Dylan, de 1976, el año en que grabó Hurricane. No sé que pasará durante las próximas horas pero, por lo pronto, me pregunto ¿dónde acaba la música y dónde empieza la vida?.

1 comentario:

Anónimo dijo...

cuanto más vivido, más creible es lo que escribes... me gusta mucho, cada vez más, lo que cuentas.
(por fin, puedo dejarte un comentario!)