"La meticulosidad conduce a menudo a la tiranía" (Rudolf Allers)



martes, 25 de mayo de 2010

IDEAS

Cuando me meto en la cama y apago la luz me suelen venir a la cabeza montones de ideas. Se me acumulan inquietas como hormigas a las puertas de su agujero, sólo que más que querer entrar, siento que me salen por las orejas. Algunas desaparecen a la mañana siguiente y otras se quedan alojadas en mi consciencia durante muchos días, quizás porque son las mejores. O eso creía hasta ahora.

Esta mañana me he levantado temprano y mientras hacía la cama he descubierto una idea debajo de la almohada. Seguramente se me salió por la oreja en medio del colapso creativo que sufrí antes de quedarme dormido.

En seguida la reconocí. Era un proyecto de relato en el que un chico de ciudad viaja con sus padres al pueblo de sus abuelos para pasar el verano. El chaval, que es un caprichoso y no hace más que patalear y quejarse porque le espera un mes entero de aburrimiento y calor, acaba entablando una relación muy profunda con su abuelo, que es un tipo misterioso, quijotesco, y que sólo habla de mariposas. Las llama por su nombre científico, de forma que cuando los pronuncia parece que lanza conjuros: Papillo Linneaus, Iphiolides Podalicios, Incidis io Linneo, Zagris Eupheme Esper.

En ese punto debí perder el hilo y no me acuerdo de nada más. Creo que no supe seguir adelante con la historia y la dejé ahí, a la mitad, ni dentro de mi cabeza ni lo suficientemente descartada como para no echarla en falta nunca más.

Me daba pena dejarla acurrucada debajo de la almohada, así que antes de salir de casa la metí en uno de los bolsillos de la chaqueta a la espera de saber qué hacer con ella.

Había quedado con una amiga para comer y desde el primer plato no pude dejar de pensar en ese extraño habitante que portaba en mi bolsillo. Me parecía hasta una falta de respeto estar con ella, pero sin ella, aunque a estas alturas ya se hubiera acostumbrado a vivir en las medias tintas.

Sentía que debía hacer algo. Dejarla marchar o llevármela de vuelta a casa para darle el trato que, al fin y al cabo, toda idea se merece. Qué decir, mis dudas eran enormes, así que en un momento dado interrumpí las palabras de mi amiga y opté por enseñarle la imaginación descarriada para ver si me sugería qué debía hacer con ella.

Fue rápido. Supongo que no era una idea de las buenas, porque tal cual se la enseñé la entró por una oreja y le salió por la otra. Luego seguimos comiendo como si tal cosa.

No hay comentarios: