"La meticulosidad conduce a menudo a la tiranía" (Rudolf Allers)



domingo, 12 de septiembre de 2010

UNA CHINA EN EL MEJOR ZAPATO

De pie, en medio de la calle, decidió que ya había andado suficientes horas por la ciudad buscando un por qué en las papeleras, en el disco ámbar de los semáforos, en la inmovilidad de los mimos, sin encontrar ninguna certeza, sólo la intuición de que para encontrarla debería empezar por emprender un nuevo camino. Eso era, un nuevo camino. Y en primer lugar decidió darse un capricho, un primer empujón que al mismo tiempo tuviera un significado de partida y de resurrección: unos zapatos nuevos.

Pero no cualquier par de zapatos. Así que, mirando los que aún llevaba puestos, que a esas alturas ya le parecían más viejos que cuando se los puso esa misma mañana, recorrió nuevas calles para encontrar una zapatería que estuviera a la altura de sus nuevas miras.

Tras desechar dos o tres, en una bocacalle no de las más concurridas, se plantó ante su propio reflejo. La imagen que le devolvía un escaparate y también las pieles relucientes de unos pocos y exclusivos zapatos que, sobre una aterciopelada tela granate, descansaban sin precio alguno, como si ello fuera un detalle sin importancia para alguien que lo que quiere es hacerse con algo más que un producto o un artículo. Ni un objeto, un bien.

Atravesó la puerta enmarcada en dorado y en seguida sintió el acogedor ambiente de la zapatería. No era muy grande, ni pequeña, pero sí silenciosa, puesto que la enmoquetada estancia absorbía los pasos y parecía que hasta el tiempo. En medio de esa avalancha de sensaciones, por fin reconfortantes, un hombre mayor, elegantemente vestido y de pelo canoso y pequeñas gafas a punto de caer de su enjuta nariz, le pidió con un sólo gesto de la mano que se sentase en un mullido silloncito.

- ¿Talla?, caballero.
- 43 – respondió en plena relajación.

El hombre desapareció y en cuestión de segundos aparecieron otras tres personas, mucho más jóvenes, pero de igual aspecto distinguido, con sendas cajas de zapatos. Sin que advirtiera su presencia, el encargado volvió a hablarle como al oído, mientras uno por uno los zapatos iban saliendo de sus cajas.

- En primer lugar le proponemos, caballero, unos zapatos blancos, de cuero de alta calidad, con cuatro ojales a cada lado, diseño con agujeros de adorno y con un interior trabajado en cuero y materiales textiles. Como ve, la puntera es cuadrada y las costuras están pespunteadas tono sobre tono.

Tras un breve silencio, una suerte de pausa dramática perfecta para que saliera a escena como una espectacular vedette el segundo par de zapatos, el encargado prosiguió:

- Y si nos permite, vea este otro par de zapatos, en color negro, con exterior de piel de ternera tafilete, un forrado en piel fina en el interior, que le permitirán aumentar su estatura en hasta cuatro centímetros. No es que crea que lo necesite, compréndame, pero muchos de nuestros mejores clientes lo demandan. Además, la suela es de doble cuero natural. Una auténtica joya.

El último par de zapatos tuvo una igual de solemne presentación por parte del canoso y gentil encargado, que seguía susurrándole al oído hasta casi adormecerle. Es esta ocasión se trataba de unos zapatos de color marrón, cuyas bondades eran un exterior de piel box-calf y una suela de cuero natural y cosida. Después el silencio se posó sobre la moqueta.

Tuvo que darse un tiempo para recuperarse de aquella exposición, mientras tanto el encargado como los mozos daban un ligero paso atrás para dejarle un poco más de espacio. El cliente tenía que recapacitar ante tanto aluvión de calidades. Pero el cliente, que ahora recuperaba el asueto, no se sintió satisfecho, sus zapatos tenían que transmitir, no ya elegancia, sino la dignidad de un hombre que tras haberse visto defraudado, engañado y hundido, se levanta para reconstruirse tras la demolición del desamor.

- No es esto lo que ando buscando. Necesito unos zapatos que transmitan orgullo, decisión. Han de ser los zapatos que llevaría alguien que ya no teme a nada y que ha dejado atrás sus miserias para tomar las riendas de su vida.

El encargado arqueó levemente las cejas y sin descomponerse lo más mínimo, le rogó que esperara. Seguido de sus ayudantes, salió de la sala y le dejó sólo sin más compañía que pares y pares de relucientes zapatos que, en su quietud, parecían ofrecerle cada uno un futuro diferente, a su elección, para sacudirse el peso que le apretaba los hombros desde aquella mañana en que sus peores temores se había confirmado.

Mientras andaba embebido en esas sensaciones, nuevas cajas aparecieron a sus pies. Zapatos negros, caoba, marrones, matices cromáticos imposibles, cuero, tejido en malla con laca, estructuras microporosas, agujeros de adorno, tacones de 2,8 centímetros, de 4centímetros, de 7 centímetros, poliuretanos y demás variedades. Todos aquellos zapatos desfilaban como en una pasarela pidiendo a gritos ser los elegidos. Pero ninguno de ellos eran los que deberían llevarle hasta su nueva vida.

- Necesito mis zapatos.- se limitó a decir.

Pero aquello no hizo mella en la paciencia del encargado, más bien pareció que era algo que ya esperaba con deseo. No es de extrañar por ello que rodeara el silloncito del cliente y se plantara de pie frente a él con las manos cogidas para hacerle saber varias cosas. La primera era que, sin duda, aquellos zapatos estaban en esa tienda, pero que tenían un coste muy elevado. Ni siquiera se los vendemos a todo el mundo que está dispuesto a pagar lo que cuestan, llegó a decirle. En su caso, eso no era ningún problema. En segundo lugar, que se trataba de unos zapatos exclusivos que requerían un mantenimiento casi diario, y en tercero, que nunca podría separarse de ellos, puesto que estaban llamados a formar parte de la vida de aquel que los adquiría.

Tras pensarlo un instante, consideró que eran los zapatos que estaba buscando. Exclusivos para él, únicos para los demás. Con ellos no volvería a mirar atrás. Para qué esperar más tiempo. Adelante. Y con esa única palabra el encargado le volvió a pedir que esperara, pero esta vez el tiempo transcurrió como una ráfaga de viento. Cuando se quiso dar cuenta, contemplaba sus zapatos. Reluciente color negro y unas características que iban más allá de una horma, un forro y una suela. La descripción de aquel par ya no era necesaria. Qué más daban los materiales, el diseño, qué más daba todo si esas eran las nuevas alas de sus pies.

Miró al encargado y con una sonrisa y una leve flexión de cuello todo quedó resuelto. Los mozos desaparecieron como absorbidos por las paredes y el negocio sellado. Ni que decir tiene que su coste era equiparable a una fortuna, pero aún la poseía.

Al salir de la tienda, los viejos zapatos fueron a parar a la papelera más cercana. Ya de camino a casa, su miraba se alzaba al cielo y luego se posaba en los zapatos nuevos, mientras su memoria hacía recuento de lo que tenía esa misma mañana y de lo que tenía ahora. Aún se preguntaba por qué, pero ya no sentía la punzada de las últimas horas. Incluso el rostro de aquel hombre se iba borrando de su retina. Y ella, qué poco había tardado en reconocer la evidencia. Un no es lo que parece habría bastado. Si no hubiera abierto su agenda para buscar ya ni se acordaba qué. Si no hubiera caído aquella fotografía a sus pies. Qué leve detalle, pensaba ahora, había desmoronado una vida que casi consideraba perfecta, aunque tras ella se escondiera, ahora lo sabía, una mentira. Pero se puede vivir con las mentiras mientras no tienen cara, ni voz, ni mirada. La fortuna, la casa, el trabajo y sus gratificaciones, la serenidad y la ternura con la que había cocinado con ella la última cena antes de su traición. Todo ello, lo que creía imperturbable y eterno se había ido al infierno por una ráfaga de viento. Quizás debería haber sospechado antes, tal vez algún detalle debería haber Hecho saltar las alarmas. Pero ya daba igual. Era el momento de empezar de nuevo y se encontraba dispuesto a ello, más aún cuando contaba con los mejores zapatos para construir el mejor porvenir.

Por fin llegó a la urbanización donde estaba su casa, pero en lugar de seguir como siempre el camino de baldosas que llevaba hasta la puerta del adosado, decidió atravesar el jardín de pequeñas piedras que lo circundaba. A los tres pasos notó un dolor en uno de sus pies, una china había entrado en su zapato. Intentó seguir caminando hasta alcanzar el camino de baldosas, pero el dolor se lo impedía, así que se detuvo. Se descalzó y con los mejores zapatos en la mano tuvo que recorrer descalzo el camino que le quedaba, pero lo recorrió.

2 comentarios:

Nomeko dijo...

Buen blog... te invito al mío
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Anónimo dijo...

Me gusta la frase de Mariano José de Larra.
Has demostrado buena mano con este relato. Abrazos tron.

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