"La meticulosidad conduce a menudo a la tiranía" (Rudolf Allers)



lunes, 23 de mayo de 2011

LA CRISIS ANUMÉRICA

1 de enero de 2009

En el despacho del más alto mandatario de una institución monetaria la temperatura es agradable y huele a café recién hecho. Está sentado ante una mesa en cuyos bordes reposan papeles meticulosamente ordenados, llenos de números largos como gusanos. El respaldo del sillón, de cuero negro y brillante, sobresale por encima de su cabeza, mientras afuera los barrenderos adecentan las calles vacías del año nuevo. Juguetea con un bolígrafo, pero no tiene ningún papel delante porque sólo está pensando. En el fondo ya tiene decidido que no va a hacer nada, ahora sólo busca razones que sostengan esa voluntad. Se dice a sí mismo que ya se han puesto en los mercados muchos millones para ver si, como la sangre o la savia, dan vida al cuerpo moribundo. Piensa que nadie puede esperar que una sola persona sea capaz de sostener ella sola un sistema que ha fallado a todos los niveles y que, por su propia naturaleza, debería remontar el vuelo con sus propias alas. Piensa que, por el contrario, corre el riesgo de pasar a la posteridad como el responsable de la quiebra más escandalosa de la historia reciente, que es mejor dejar las cosas estar un tiempo y no dilapidar a fondo perdido la solvencia de algo que nunca debería ser insolvente, aún a sabiendas de que, si todo sale bien, la cosa podría dar el giro necesario. ¿Qué pasaría si se demostrase que Dios se ha equivocado aunque sólo fuera una vez? Hasta Dios deja estar de vez en cuando. También sabe que todo esto puede pensarlo mañana, pero se recuerda que en su día prometió no descansar un solo minuto y se convence de que allí sentado es lo que está haciendo sin que nadie pueda reprocharle nada.

2 de enero de 2009

Es día de vuelta al trabajo, pero ¿qué trabajo? El presidente del más prestigioso banco de un país europeo, y de sus tentáculos continentales, es consciente de que, de momento, no habrá más ayudas de los de arriba. Las anteriores se han disuelto como las primeras gotas de lluvia sobre un terreno yermo y sediento. El dinero llovido del cielo se ha perdido por las grietas abiertas al otro lado del mundo. No se puede hacer nada salvo cerrar la casa con cerrojo y esperar a que pase el invierno. Es mejor no conceder un crédito más, aunque lo pidan aquellos que podrían devolverlo con un pestañeo. Nadie sabe que el vellocino de oro pasa por horas bajas. Si se supiese cundiría el pánico y eso sería malo para todos, se perdería la fe. Es mejor esperar y minimizar el riesgo. Si al menos el Estado pusiese algo de su parte…pero si lo hiciera, o con sólo insinuarlo, estaría dando entender que la cosa es más grave de lo que se cuenta. El presidente tampoco se atreve a pedirlo, al final todo se acaba sabiendo y un murmullo anumérico puede ser más letal que una mala estadística. Es mejor dar la orden de cerrar las compuertas y mirar por la ventana desde el piso 21 a ver qué pasa.

3 de enero de 2009.

El presidente del primer banco nacional ha vuelto a recibir la misma respuesta de los últimos meses: No. No porque nadie confía en él pese a que su solvencia está más que probada. Sabe muy bien que ha llegado la hora de pagar por los pecados cometidos. Que algunos hayan construido un imperio a base de ladrillos a medio secar no le resta culpa, porque él mismo les vendió el barro. Por eso mira las obras de arte que a cuenta de la obra social hay en su despacho y piensa si acabará teniendo que venderlas y si hay alguien que pueda comprarlas sin tener que pagarlas a plazos. Al menos tiene claro que si a él no le dan de beber tampoco puede dar de beber al sediento y eso le tranquiliza. Debe ser el Estado el que abra las compuertas, aunque eso, lo sabe bien, sea hacerle partícipe de una culpa que no es suya. Lo malo es que, aunque así fuese, el agua tardaría en llegar a sus jardines, por lo que todo esfuerzo no sería más que flor de un día. Es hora de llamar por teléfono a sus clientes de toda la vida y decirles que esta vez tampoco y que mejor se lo pidan a quien ya saben. Antes eso que jugársela a ver si la gente responde.

4 de enero de 2009

El presidente de la empresa acaba de colgar el teléfono y se pone en pie. Se gira y mira por la ventana. Aquellas vistas son prodigiosas. Un enjambre de personas van y vienen. Desde allí no se puede ver su ansiedad, por eso mejor no acercarse. Mientras se sube el pantalón y se ajusta los tirantes mira al suelo y se da cuenta de que nunca ha estado sobre esa porción de moqueta. Parece que ahora toca conquistar nuevos espacios, aunque no sabe muy bien cuales. Por lo pronto, si todo es cuestión de confianza, como le acaba de decir el presidente del banco con el que hablaba, será mejor dar tranquilidad. Por eso, la prioridad ahora es no permitir que los próximos resultados reflejen la menor caída de los beneficios. Así que si el dinero no entra al menos habrá que asegurarse de que no salga. Eso es lo que le dirá esta misma tarde a su consejo de administración, que tiene tan pocas ganas como él de empezar a coger el metro en lugar del coche de la empresa. Esta misma tarde encargará que le elaboren la lista, no harán falta nombres y apellidos, no hay por qué hilar tan fino, sería hasta indigno.

5 de enero de 2009

Antonio se ha presentado en recursos humanos. Querejeta le dice que espere mientras abre la agenda y repasa con el dedo una serie de asuntos apuntados en la casilla del 5 de enero. Después coge el teléfono: Hola señor, le llamaba para decirle que ahora mismo haré efectiva su orden y para felicitarle…es el cumpleaños de su hija ¿no? Tras esta breve conversación tacha una de las tareas del día y se dirige a Antonio, que se recompone la camisa. Todo se resume en un sobre y en un léalo atentamente y si tiene alguna duda consúlteme. Antonio sabe de qué se trata porque a dos compañeros, de los de siempre, les acaban de dar un sobre igual. Además de la rabia, le pasa por la cabeza una extraña sensación de arrepentimiento por la comida de los miércoles en el restaurante caro de la zona, el capricho de los miércoles. También le sobrevuela la duda de si marcharse ya o esperar a acabar la jornada.

6 de enero de 2009

Samuel aún está frotándose las legañas y poniéndose las zapatillas. Hace frío. En el salón le esperan Antonio y Ángeles cogidos de la mano. Anoche ya se lo dijeron todo, estaban de acuerdo en que había sido mejor ser previsores porque sus malos augurios se han cumplido. Nada más llegar al salón Samuel se tira al suelo delante de tres paquetes coronados por un lazo. En seguida empieza a desenvolver cada uno de ellos. Primero el libro de adivinanzas, luego un montón de calcetines con estampados de animales y finalmente un globo terráqueo deshinchado. Samuel les mira con los ojos algo confusos. ¿Y el coche teledirigido? ¿Y el fuerte y los indios? ¿Y la equipación de su equipo preferido? Antonio y Ángeles se agarran más fuerte mientras él dice que el globo lo hincha ahora mismo con una bomba que tiene en el altillo. Ángeles trae el roscón y le pide a Antonio que lo corte. Al primer tajo aparece el haba. Vaya –dice Ángeles con un tono forzado—te ha vuelto a tocar pagar a ti. Siempre pagamos los mismos, responde él. En el suelo, Samuel sigue con el globo terráqueo deshinchado entre las manos, como esperando que alguien lo hinche de una vez, mientras lo mira con la mirada del único que no entiende nada.

Dedicado al Movimiento 15-M

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy Bueno! Muchas gracias!