"La meticulosidad conduce a menudo a la tiranía" (Rudolf Allers)



martes, 26 de enero de 2010

H INTERCALADA

La h intercalada es incómoda, inoportuna y absurda. Está ahí, en medio de las palabras, pero a nadie le importa. Incluso algunos piensan que sería mejor acabar con ella, en toda palabra que se encuentre, extirparla como si fuera un apéndice. ¿Cuántas palabras hay con h intercalada?. Inherente, inhóspito, albahaca, alcohol, desahucio,…

¡Qué tontería!. Rosa se sonríe mientras quita la tetera de la lumbre con un trapo para no quemarse, pero no para de darle vueltas al tema. Se deja llevar. La palabra desahucio tiene forma de ciudad. Sí. La d sería como una torre de apartamentos para parejas jóvenes con niños y perros que sacar a pasear. El bloque tiene una zona común poblada de columpios y una piscina muy azul con el nombre de la urbanización escrita en las teselas del fondo. Y la e es un centro comercial de cinco pisos, no, de siete. Círculos concéntricos que se asoman a un patio interior con directorios. Escaleras mecánicas, tiendas de ropa, multicines (refrescos y palomitas gratis el día del espectador), tiendas de animales para comprar la comida del hamster sin necesidad de ir al centro y hasta un local para comprar regalos urgentes. Algo de arte asiático o un grabado de mentira.

Del aparcamiento sale una carretera con forma de s que empalma con la de circunvalación, redonda como una a, con una salida en forma de rabillo para acceder al centro. Y por fin el barullo de casas viejas. Las primeras en levantarse, llamadas a ser las primeras en caer. Casas irregulares, con tejados que se desploman a la calle. Y chimeneas. Parecen una h. Casas a las que el carbonero visita una vez al mes para sembrar el portal de cartones y no manchar durante la descarga.

El mármol parece sucio siempre, salvo cuando está recién fregado, y los porteros personajes de teatro de la posguerra. La gente se cruza al salir de la panadería y se sujeta las solapas de los abrigos. Se da los buenos días y se para a hablar. El perro al que todo el mundo conoce espera atado a un árbol a que su dueño salga de la peluquería. A raya, como siempre. Toma un caramelo para tu hijo y a ver si me lo traes. Las teteras pitan en las lumbres.

Al otro lado de las casas bajas se extiende el otro lado de la ciudad. Más rotondas, más curvas, más carreteras para alejarse aún más. Porque eso no es vida y hace falta un poco de tranquilidad. La tercera salida en la u o en la c. Ya se pueden ver las torres empinadas, con la frente bien alta, con forma de i. Más zonas ajardinadas para sacar a pasear a los niños y a los perros. Espacio para piscinas azules en lugares redondos, algo así como una gran o, que no es más que la vista aérea de siete círculos concéntricos plagados de multicines, tiendas de animales y arte asiático.

El té ya se puede tomar, así que Rosa se vuelve a asomar a la ventana apuntalada. La casa de enfrente lleva vacía unos meses atrás, como bien marca el reloj de la pared. Tic tac, tic tac, segundo a segundo, al compás de una gota de agua que cae del techo al barreño y vuelve a caer, hasta que los del ayuntamiento hagan sonar el timbre, si es que aún funciona para entonces.

1 comentario:

Anónimo dijo...

D, sin +